domingo, 1 de febrero de 2015

AÑO 1845. FESTIN EN VISTA ALEGRE, el 29 de abril, tras el cumpleaños de la Reina María Cristina.

Como sabemos, tras el pronunciamiento de Narváez en 1.843, que desbancó al trienio liberal del Gobierno de la Regencia de Espartero, fue posible la llegada del exilio desde Francia de la reina María Cristina de Borbón Dos Sicilias, concretamente el 4 de abril de 1.844, justo cuando se celebraba el entierro de D. Agustín de Argüelles Álvarez (1.776-1.844), el viejo tutor de Isabel II nombrado por Espartero.

Isabel II había logrado ya la mayoría de edad con trece años mediante declaración en noviembre de 1.843 de las Cortes Españolas, sucediéndose nuevos gobiernos, de liberales moderados, que conformarán la denominada "Década Moderada" (1.844-1.854), iniciada con Narváez.

Pronto pudo constatar María Cristina que el apoyo del pueblo no era el que tuvo antaño, por más que enseguida se le recopilara un «Álbum poético a S. M. la Reina Dª María Cristina. Homenaje de gratitud y amor de la juventud valenciana» (Valencia, Imprenta de López y Compañía, 1.844) con obras aduladoras de poetas como Pascual Pérez, Pedro Sabater, Jaime Morales Soler, Juan Sunyé, Juan Arolas, Luis Lamarca, Juan Antonio Almela, Miguel Vicente Almazán y Jacinto Ronda Castañeda; que D. Juan de la Pezuela y Ceballos, Conde de Cheste (1.809-1.906), Jaime Morales Soler, José Olanier, Juan Belza y Gómez (1.819-1.888), Agustín Salido y Estrada (1.818-1.891), Pelegrín García-Cadena (1.823-1.882), Ramón de Campoamor1.817-1.901), Buenaventura Carlos Aribau (1.798-1.862)..., y tantos otros que compusieron poemas elogiosos hacia su persona y su feliz vuelta a España (vid. la recopilación de estas obras en «Corona Poética de Doña María Cristina de Borbón, Reina de España». Madrid, Imprenta Rivadeneyra, 1.871)pudieran hacer suponer lo contrario. El descrédito por la boda secreta, los años de ausencia, las proclamas contra la reina, los levantamientos, etc..., hicieron que la difamación y desprestigio hacia ella fuera inmenso y en aumento cada día.

Necesitaba intentar rehacer su imagen.

Ya no era ella la Reina de las Españas. Lo era su hija. Bueno, eso era en imagen, eso parecía, pues todo el mundo sabía que los ministros, embajadores y personas influyentes despachaban antes en el Palacio de las Rejas (sito frente al Senado en la calle de este nombre número 1, residencia de los que serían los nuevos Duques de Riansares, que fue comprada por Fernando Muñoz el 15 de julio de 1.846), que en el Palacio Real, como sabemos que refirió El Eco de Comercio (número 1.431, de fecha 1 de junio de 1.847, página 2) con estos términos:

«De algunos días á esta parte ha comenzado á circular, tomando más cuerpo cada día y acreditándose por momentos, la voz de que la antigua reina gobernadora casada hoy con un particular español que ha ido á mendigar títulos en una nación estraña (sic), trataba de volver otra vez á España después de su viage (sic) de Nápoles. Dánse varias versiones de esta noticia, aunque todas convienen en lo principal que es el deseo de la venida por parte de dicha señora. Dicen unos que habiendo escrito á su hija la reina doña Isabel II para solicitar el permiso para venir, S. M. no ha contestado; en cuyo estado, doña María Cristina, tomando ó aparentando tomar este silencio como una señal de asentimiento, se ha dirigido al gobierno para poder volver con arreglo á todas las fórmulas “constitucionales”, y que el gobierno débil y cobarde no se ha atrevido á negarse á la indicación. Según otros, la reina ha contestado á su madre, que por su parte no tenía inconveniente, pero que era á los ministros á quienes debía dirigirse para obtener la licencia, y finalmente no falta también quien asegure que doña María Cristina se ha dirigido primero al gobierno, no muy segura de obtener de su hija autorización que solicita. Añádese también por algunos que hasta ahora ni de la reina ni del gobierno se ha solicitado nada relativo á este punto por la esposa del duque de Montmorot y de Riázares (sic), y que la noticia del permiso y de la venida se ha echado á volar para preparar el terreno y para ver cómo era recibida. En uno y otro caso nos creemos en el deber de entrar en el examen de ese asunto: si es una medida acordada, para atacarla con toda nuestra fuerza; y si es una noticia preparatoria, para ver si acertamos á desbaratar el plan.

Doña María Cristina de Muñoz es un personage (sic) tan fatídico como importante en España, para que su vuelta pueda ser mirada con indiferencia por los que se interesann en el bien del país. No hablaremos del tiempo de su gobernación en cuya época la vimos constantemente con los ojos vueltos hacia el manifiesto de 4 de octubre ,'y en la que si la nación dio algunos pasos hacia adelante, los dio en virtud de movimientos populares que fueron necesarios para vencer la pertinaz resistencia de la reina gobernadora; resistencia que volvía á manifestarse y á plantearse desde el momento en que la efervescencia popular se calmaba confiada en promesas engañosas; no hablaremos de aquella gobernadora y de aquella madre, que por no acceder á la voluntad nacional nuevamente manifestada en 1840, dejó el gobierno y abandonó á las dos hijas de su matrimonio de reina, para ir á vivir en compañía de los frutos de otro amor que muchos años después solamente se legitimaron por las cortes.

De nada de esto hablaremos; tampoco diremos una sola palabra de la conducta observada por esa misma señora cuando retirada en Francia en 1.841 ocurrieron en nuestro país sediciones militares contra un gobierno constitucionalmente erigido, constitucionalmente vigente, sediciones que causaron la muerte de algunos valientes militares, que se sacrificaron en nombre de esa señora. Perdonamos todo eso y nos olvidaremos de los muchos males que nos ha causado. A época más reciente nos referiremos.
Desde que en 1844 volvió á pisar el suelo español, acompañada ya públicamente de don Fernando Muñoz, ella ha sido considerada como el alma de todas las intrigas que para mal de la patria han fraguado y realizado los moderados. La reina Isabel declarada mayor de edad antes del tiempo constitucional y habiendo nominalmente tomado posesión de las funciones al poder real concedidas, no fue reina. La reina era la duquesa de Riánzares (sic). Habitaba en palacio, daba audiencias como reina, los ministros despachaban con ella antes que con la reina legal, y los despachos que con ésta celebraban eran despachos de fórmula en los que nose hacía más que firmar lo que ya venía decretado, si no es que se decretaba en presencia de Isable II por María Cristina. Público y general es el convencimiento de que la reina Isabel vivía en 1.844 tan en tutela como en 1.839. Si después de publicado el matrimonio de conciencia en 1.844, matrimonio del que había ya entonces hijos, de los cuales alguno tenía once años, se trasladó desde palacio á la calle de las Rejas, la residencia de la que habiendo sido muger (sic) de un rey se casaba nuevamente con el hijo de uno de los empleados más subalternos de la Hacienda, esa traslación de residencia no fue más que una mera fórmula. Doña María Cristina de Muñoz siguió con el escándalo de propios y estraños (sic) siendo la reina de hecho y teniendo á su hija en la misma tutela que antes. Entonces se vio rota y atropellada la etiqueta de palacio, pues habiendo enfermado de viruelas una de las hijas del recientemente publicado matrimonio, y siendo de rígida observancia la incomunicación con el palacio de toda la familia por espacio de cuarenta días, se quebrantó este término, y la madre de la niña enferma asistió sin cesar al lado de la reina con peligro de la salud de ésta y de su hermana la infanta, que aunque no fuera más que porque también eran hijas de la misma madre, aunque de diferente padre, deberían no haberse visto espuestas (sic) por quien las esponía (sic). Entonces también se vio ajada la categoría de la reina y de todas las personas reales, introduciendo casi oficialmente y como iguales á los hijos de un duque improvisado. Ni hasta los tiempos de Godoy, ni después de lso tiempos de Godoy, recordamos en la historia semejantes atropellamientos de la etiqueta y de la moralidad palaciega. ¡Lindo ejemplo debían ser para una reina y para unas infantas jóvenes y solteras aquellos niños de tantos años fruto de un matrimonio de conciencia poco días hacía publicado!
Si del palacio pasamos a la política, encontraremos á doña María Cristina de Muñoz más fatal todavía para la España. Su apoyo sostuvo á González Bravo mientras González Bravo fué útil al planteamiento del sistema que ella deseaba. Y la nación se escandalizó al ver aquella alianza monstruosa é increíble entre la ex-gobernadora y el folletinista del “Guirigay”, entre una señora y su injuriador. Subió Narváez por la sola voluntad de Cristina, porque ella era la reina, y subió quizás única y esclusivamente (sic) para llevar á efecto la boda de Isabel II con el ridículo nombre de Trápani: boda que si no se efectuó fue porque la nación unánime se preparó á rechazarla. Después de algunas parodias de ministerios, se encumbraron Mon y Pidal, nombrados en la calle de las Rejas. También estos subieron por y para un pensamiento de boda: el de la boda Montpensier, como la esperiencia (sic) nos ha acreditado. Para verificar ese pensamiento se ha ajado el honor nacional y casi puede decirse que la España se ha vendido á la Francia. Para lograr la realización de esa boda, doña Cristina de Muñoz y su esposo fueron los que más parte tuvieron. Isturiz y Mon no eran más que unos mozos de recados que los llevaban y los traían de la embajada de Francia á la calle de las Rejas. En los documentos diplomáticos aparece tratando del matrimonio de la reina y de la infanta el duque de Riánzares (sic), sin que sepamos que este personage (sic) tuviera ningún carácter oficial.

Así, después de haber hollado el palacio, se hollaban las atribuciones del poder legal en el asunto de más trascendencia, en el matrimonio de la reina y de la inmediata sucesora, en una cuestión que rompía tratados solemnes que constituyen el derecho público europeo, cuestión que podía suscitar conflagraciones y guerras, que podía enemistarnos con nuestros aliados, que insultaba en fin los sentimientos nacionales. ¿Y quién era para intervenir en tan graves negocios, el duque de Riánzares (sic)?. El duque de Riánzares (sic) era el nuevo esposo de doña María Cristina. ¿Se negará aún la influencia de esta señora?

Si examinamos la dirección del gobierno anterior, ¿qué encontramos en todo el período en que la duquesa de Riánzares (sic) ha residido en España? Su dominación, sus planes, sus antiguos planes: el retroceso á un semi-estatuto, para de ahí retroceder más aún, como lo indican las relaciones particulares y hasta de familia contraídas y mantenidas por esa misma señora. La reina Isabel en tutela, el sistema de gobierno peor que el anunciado en el manifiesto de Cea, la nación esclavizada, los liberales más perseguidos que los carlistas, derramándose á torrentes la sangre de los que defendieron las instituciones, y cayendo a centenares las víctimas sin que de los labios de la que era reina de hecho y madre de la reina constitucional, saliera ni una palabra para decretar ó para interceder por la clemencia. No acabaríamos en un número entero, si fuéramos á citar uno por uno los males que bajo la influencia de doña María Cristina se han causado al país. Harto reciente está su memoria para que tengamos necesidad de renovarla.

Su marcha misma ha sido un egemplo (sic) patente del cariño que para con nuestra nación abriga. Desde el momento en que pensó en verificar su viage (sic), liquidó las pocas operaciones en que había ocupado algunos de sus muchos millones para poder trasladarlos á Francia, en donde tiene empleados los demás capitales de las inmensas riquezas sacadas de España, del patrimonio y del palacio, sin que hasta ahora se haya dado cuenta, que sepamos nosotros, de la administración de tutoría y de curaduría, antes bien se han perdido los documentos que deberían servir de cargo y de descargo. Público es que doña María Cristina sacando sus capitales de España ha ido á enriquecer con ellos á un país vecino, interesándose allí en empresas, adquiriendo bienes cuantiosos y acabando por comprar para su esposo un título de duque de Francia, como si con el dictado de Montmorot quisiera borrar hasta el último resto de lo que de española ha tenido la suegra del duque de Montpensier.

¿Qué derechos tiene esta señora para que se la admita otra vez en el suelo del cual tantos motivos hay para creer que ha renunciado? ¿Qué efectos produciría su venida? Mañana lo examinaremos».


Si estás interesado en la continuación del artículo, que se publicó en "El Eco del Comercio", número 1.432, del día 2 de junio de 1.847, pincha AQUÍ

Pues bien, el caso es que, conseguido que fuera nombrado Grande de España y Duque de Riánsares D. Fernando Muñoz y Sánchez, el siguiente objetivo de la reina Madre María Cristina de Borbón Dos Sicilias fue el de celebrar una nueva ceremonia nupcial, once años después, entre ella y su encubierto marido. En esta ocasión, pública y autorizada por su hija la reina Isabel II, tras haber conseguido también el perdón y la autorización del Papa. Fue el 12 de octubre de 1.844. Aunque tampoco fue tan pública, en esta nueva ocasión, como se hubiese querido, puesto que dos meses después de celebrada, todavía se dudaba de si era cierta o no, según hemos podido ver en otros artículos nuestros (cfr. el artículo de nuestro blog, "Año 1.844. Segundo casamiento de Fernando Muñoz y tercero de María Cristina de Borbón Dos Sicilias".

Confirmado el matrimonio por las Cortes, ante tantas habladurías y escándalo político promovido en los diversos diarios y panfletos de la época, el día 8 de abril de 1.845, parecía que el mejor modo de exaltación de la personalidad de la Reina Madre, ahora Duquesa de Riansares, era hacerlo a través de un acto público y manifiesto, tanto de la soberana como del Gobierno y partido que la sustentaba.

La celebración se decidió que fuera el día 29 de abril.

Ésta tuvo sus preámbulos dos días antes, el día 27 de abril, domingo, fecha del 39 cumpleaños de la Reina Madre María Cristina de Borbón Dos Sicilias, por un besamanos a SS. MM, según nos dice "El Heraldo" (número 887, de 29 de abril de 1.845, pág. 1). El acto

«fue brillantísimo por la numerosa concurrencia que a él asistió. La corte de España apareció como en sus mejores tiempos.
Además de haber acudido á felicitar á la Real familia todos los individuos de la nobleza, de la milicia, del clero, de las clases todas de la sociedad que tienen entrada en Palacio para estas solemnidades, concurrieron también, como es de costumbre, las comisiones de los Cuerpos colegisladores. En otro lugar insertamos las palabras que sus respectivos presidentes dirijieron (sic) á la REINA y las que S. M. se dignó contestar. La comisión del Congreso después de tenerla honra de felicitar á S. M. DOÑA ISABEL II, solicitó por medio de su presidente el Sr. CALVET la de saludará su AUGUSTA-MADRE. Obtuviéronla en efecto los señores diputados, siendo recibidos por S. M. la Reina CRISTINA con la benevolencia que le es propia, y mereciendo la gracia de besar su real mano.
Nosotros nos congratulamos de que sigan dándose estas pruebas de amor, de gratitud y de respeto á la madre de nuestra REINA, á la que llamamos en épocas muy difíciles la "madre de los españoles". Por más que hayan pasado los días en que la magnánima princesa rigió los destinos de esta monarquía, no ha pasado ni puede borrarse la memoria de los beneficios que ha dispensado á la causa del orden , de la libertad y del trono legitimo».


En aquel besamanos, «Don Fernando Muñoz, después de besar a S.M., besó también humildemente la de su esposa María Cristina», nos recordará «El Espectador» (número 1.189, de 30 de abril de 1.845, pág. 3).

Dos días después, el 29 de abril de 1.845, será cuando tenga lugar este gran acto en Vista Alegre, que a decir de "El Espectador", servirá para dar "á conocer como marido de María Cristina don Fernando Muñoz, flamante duque de Riánzares (sic)" (número 1.187, de 27 de abril de 1.845, pág. 3). Tan importante se consideró por la alta sociedad de la época, que incluso, según refieren las crónicas de la época, y seguimos a "El Heraldo", «estando invitados los diputados hoy [se refiere al día 29 de abril de 1.845] á una función regia en Vista-Alegre, se ha acordado que no haya sesión».

La fiesta fue sonada, tanto que provocó no pocos artículos desaforados. Veamos alguno:

«Quisiéramos que todas las clases que sufren y pagan, quisiéramos que todo el pueblo español hubiera podido presenciar el suntuoso festín que se celebró el martes último en el palacio de Vista Alegre para recompensar la generosidad con que los hombres de la situación acaban de conceder á doña María Cristina la pensión de tres millones de reales que por ningún título le corresponde. Escenas muy lamentables ocurrieron sin duda en la época de Maria Luisa y de Godoy; anécdotas muy singulares nos refiere la crónica de aquellos tiempos con relación al palacio de nuestros reyes; pero estaba reservado al gobierno de los moderados presentar el espectáculo nuevo á los ojos del mundo, de un Congreso que suspende una discusión gravísima para entregarse á un día de diversión en compañía de la real familia, y de unos diputados que después de haber votado las más exorbitantes exacciones contra la industria y la riqueza pública, corren á solemnizar sus proezas á los pies de la esposa de don Fernando Muñoz, para recibir de sus manos el premio de tanta condescendencia y galantería. Si estos y otros rasgos semejantes no nos inspirasen los más tristes presentimientos, no hubiera podido menos de escitar (sic) nuestra risa el singular afán que se notaba en los devotos de la situación para concurrir á la fiesta. El número prodigioso de convidados, la relación de los manjares y licores esquisitos (sic) que debían abastecer la regia mesa, el aparato de los carruages (sic), el oropel de los favorecidos, el bullicio, la actividad y el deseo de disfrutar de todos los dones de Ceres y de Baco que se hallaba pintado en el semblante de los “representantes del pueblo”, nos traían á la memoria las célebres bodas de Camacho y la prodigiosa cena del rey Baltasar.

Entretanto cerrado el santuario de las leyes como una casa de educación en un día de vacaciones, solo servía para recordar el origen del convite y sus probables consecuencias; entretanto llenos de miseria, acosados por el hambre, y poseídos de la más profunda desesperación, miles y miles de viudas, cesantes y jubilados, se arrastraban penosamente por la escalera de los ministerios implorando en balde un socorro con que reponer sus desfallecidas fuerzas; entretanto gemían en los calabozos, en los destierros y en los presidios un gran número de españoles que derramaron su sangre en defensa del trono constitucional en los días de prueba y de peligro; entretanto vertían lágrimas amargas la familia de Zurbano, y muchas otras que han visto caer bajo el plomo homicida, al padre , al esposo, y al hermano. ¡Funesto regocijo! ¿No son un insulto á la miseria pública esos festines, esas prodigalidades que constituyen uno de los medios de gobierno de los actuales mandarines? ¿No se dirige á viciar la educación de una reina que carece de esperiencia (sic), el criminal empeño de hacerla creer que se labra la felicidad de los españoles concurriendo á los bailes del general Narváez, ó dando comidas en Vista-Alegre? ¿Entre esa turba servil de cortesanos y de proteos no hay siquiera una voz que manifieste á S. M. que la gloria de los reyes se consigue con actos de clemencia, de justicia, de magnanimidad, no con convites, ni con saraos, donde la profusión de los gastos forma un doloroso contraste con la escasez de los recursos públicos? Pero ya comprendemos el objeto que se proponen los protervos que rodean al trono con ésas muestras de júbilo y ostentación. Pretenden alucinar á nuestra joven reina, introducir en su corazón la seguridad y la confianza, aturdirla con el ruido de sus mentidas adoraciones, distraerla de los negocios públicos, y entretenerla con pasatiempos pueriles para dominar con mayor latitud el trono, el pueblo, y los destinos de la Nación.

El sentimiento y el enojo se apoderan de nuestra alma cuando vemos comprometido de esta suerte el prestigio de la corona; cuando vemos figurar el nombre de Isabel II no solo en la historia misteriosa del casamiento de “conciencia” de doña María Cristina, sino en las relaciones de esta señora con don Fernando Muñoz, y confundida la nieta de cien reyes con la familia del guardia de corps, de una manera agena (sic) del decoro que se debe á la magestad, llegando la comunidad de intereses hasta el punto de presentarse á celebrar en los jardines de Vista-Alegre, la pensión de tres millones de reales concedida por las Cortes al nuevo matrimonio para su mayor prosperidad. A vista de estos hechos, cualquiera diría que la nación española es el patrimonio de una familia; que los pueblos son un rebaño de ilotas que tienen obligación de satisfacer con el producto de su trabajo todo género de caprichos y exigencias; y que el casamiento de una reina que prefirió tener marido á consagrarse á la tutela de sus bijas, es un acontecimiento nacional, digno de celebrarse á costa del bolsillo de los contribuyentes.

Mucho estrañamos (sic) que doña María Cristina que tan religiosa, que tan devota se muestra, no haya interpuesto su poderoso influjo para que la cantidad que se gastó el otro día en diversiones mundanas y poco conformes con los severos preceptos de la Santa Iglesia, se aplicase al alivio de tantos infelices como gimen en la miseria. Muy propio hubiera sido de esa señora, á quien hemos visto muchas veces entrar descalza en los templos consagrados al culto divino, humillar la frente, imponerse penitencias, y demostrar con actos de devoción la susceptibilidad de su conciencia, muy propio hubiera sido de esa señora esparcir con un rasgo semejante el consuelo y la alegría en el seno de un gran número de familias, atrayendo sobre la cabeza de nuestra bondadosa reina, las bendiciones y los aplausos. Por ese camino entendemos nosotros que se gana el cielo, y se prestan servicios á la humanidad».

El Clamor Público, número 313, de 1 de mayo de 1.845, pág. 1.


Esta será una de las últimas grandes fiestas dadas por los duques de Riansares en Vista Alegre como posesión suya, puesto que como hemos dicho en otro artículo nuestro, esta Real Posesión se cederá pro indiviso a Isabel II y su hermana la infanta María Luisa Fernanda.


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