lunes, 9 de febrero de 2015

POEMA. EL ABRAZO DE VERGARA, de Emilio García de Olloqui.

Oda de Emilio García Olloqui (1.821-1.893) publicada en Madrid, Imprenta de M. Tello, 1.869, y reimpresa en la REVISTA DE ESPAÑA, número 45, de 13 de enero de 1.870, Tomo XII, pp. 104 a 115.
EL ABRAZO DE VERGARA

ODA.



Sunt lacrymae rerum, et mentem mortalia tanguot.
AEN. 1, 466.

I.       Yo el hórrido estampido;
yo el fuego asolador; yo las batallas,
donde ronco atabal llama al temido
furor, que las murallas
embiste, abrasa, aterra;
yo el audaz corazón nunca rendido,
idolatro: los cánticos de guerra,
y el delirio del triunfo, en lauro y oro
ceñido el héroe al aclamar sonoro.


II.       No, en plácidos jardines,
de afeminados goces al tumulto,
ni al proceloso dios de los festines
mi plectro rinde culto.
Amor de gloria siento
mis venas inflamar, y á los confines
me lanza del vascón numen violento.
Venid, vates, venid; al campo llama
la trompa de la Guerra y de la Fama.


III.       El ocio no consuma
vuestro aliento viril, cuando ya corre
fiero el Nervion á enrojecer la espuma
del ronco mar: no hay torre
de cien codos maciza
que asaz de firme y válida presuma,
como el rudo tesón que inmortaliza
el ser de aquellos vascos, altaneros
al defender indómitos sus fueros.


IV.       Ni más genial bravura
con asombro verán playas ajenas,
que la debida al astro de hermosura
que rompió las cadenas.
¿Quién hundió del delito
de bárbara opresión la frente impura?
Su nombre en su bandera yendo escrito,
¿cómo queréis que por razón no valga,
si es la diestra mejor la más hidalga?


V.       Gallardo el limpio acero
con sublime ademan desnuda el noble
jurándole su honor de caballero.
Mas, ¡ ay! que bajo el roble
inmenso de Guernica
también juró su corazón entero
el hijo ardiente de la Euscaria rica:
«¡Libertad, inocencia, ley, costumbres!»
gritan con voz de trueno aquellas cumbres.


VI.       Gritan, y audaz responde
(sus ánforas en ascua) el Ebro..., el Cinca...,
el Segre almogávar. ¡Ay, que por donde
su garra el fuego ahínca,
no irá en horrores harta!
¿Qué humilde techo ni redil se esconde
á su devastación?.... Aparta, aparta,
numen cruel; reprime el raudo vuelo;
no eras tú mi esperanza: otro mi anhelo!


VII.       Mirad como levanta
de letal polvareda espesa nube
la Discordia; sus vuelos agiganta
la Soberbia, que sube
arrojando centellas
hijas del Odio; mármoles quebranta
loca la Ira; sangre echa en sus huellas
la Venganza sin fin; rabioso auriga
va el Terror, azotando la cuadriga.


VIII.       El carro de las Furias
ve orgulloso Luzbel: no lleva uncidos
cachorros de león; rompe el de Asturias
doliente en alaridos.
Son hienas hediondas,
que al ensañar perversas las injurias
de su instinto cobarde, clavan hondas
sus púas, arrastrando al cuerpo inerte
del sacrosanto asilo de la muerte.


IX.       Cuñas, clavos trábales,
argollas, con horrísono golpeo,
saltan del borde; y al rodar fatales,
nunca marra su empleo!
Flamígero en la sombra
rueda el eje veloz; las infernales
hermanas vienen, y su mano escombra
la argolla, el garfio y el dogal, aprisa
juntando todo con feroz sonrisa.


X.       ¡Cuál santidad segura!
¿Qué amor, qué honor, qué bien habrá tranquilo?...
¡ Esa es la guerra, sí!, no la pavura
de centellante filo
de hierro temerario:
que es dulce paz de Dios la sepultura
cubierta por el lienzo funerario
de la patria bandera bendecida,
si fue extranjera mano la homicida.


XI.       Mas ¡ay de mí!, que el horno
del Infierno labró para su carro
de execración escándalo, en retorno
de sus triunfos! Bizarro
los imperecederos
timbres que de la España son adorno
realza el lidiador: ¡cuántos aceros
por ambas partes con valor se esgrimen!
¡cuántos á vilipendio forja el crimen!


XII.       ¡Oh páginas crüentas
de esta espantable historia fratricida!
¡Quién sepultara, quién, nuestras afrentas
á precio de la vida!....
¡Silencio! Es la Discordia
irritando sus víboras sedientas
de sangre y deshonor. ¡Misericordia!
Delante de tus aras, ¡Dios inmenso!,
al siervo de tu ley mata indefenso!


XIII.       Del áspero cilicio
llagó su carne; y la azotaba al ruego
por las pesadas culpas,, que á jüicio
traerán y eterno fuego
al que, baldón y espanto,
las vendas profanó del Sacrificio,
manchando de crüor el óleo santo.
Su espíritu iba á Dios, y allí taimada
la Calumnia llevó su mano airada.


XIV.       Vuela al campo enemigo;
habla, compunge, exalta, vierte
toda su ponzoña, su hiel; falaz testigo,
la máscara acomoda;
sacude con violencia
la inicua antorcha, y á brutal castigo
bárbara señalando la inocencia,
grita feroz: «Ni tregua, ni esperanza,
ni compasión que embote la venganza!»


XV.       Tú, de código impío
pauta desnatural que aterra al orbe,
que subyuga el valor, apaga el brío,
sangre inculpada sorbe,
revuelve en su espelunca
serpientes que engendró rencor bravío.
Represalia crüel, no tornes nunca
de la tierra á la faz; ó enantes presa
de rayo matador, vuela en pavesa.


XVI.       ¿Dónde corréis sañudos,
insensatos?... ¿Qué hacéis? ¿La tez rugosa,
las blancas hebras profanáis forzudos,
arrastrando á la losa
de una expiación cobarde,
madre inocente?.... ¿No escucháis los rudos
golpes del hierro vengador?.... ¡Cuál arde
centellante la cólera del hijo,
¿no veis?, dando al infierno regocijo!....


XVII.       ¡Ay, que ya en sus enojos,
al estallar, hundió cientos á cientos
mártires, con furor! ¡ Ay, que sus ojos
los ven calenturientos;
y la embriaguez del grito,
y el hedor de la sangre á más arrojos
frenético le impelen, cual si un rito
devorador, jurado, al pié del ara
de horrendos sacrificios le arrastrara!


XVIII.       Balsa que remanece
es la del crimen, y la estanca sola
una virtud: olvido. Aquí embravece
la venganza su ola!....
Ruge el clarín: ya cunde
rabia que las llanuras extremece (sic)
con ímpetu, con voces que difunde,
con chispas, con fragor de férreos callos,
al galope, á la muerte los caballos.


XIX.       Aquí de la violenta
pólvora que á la cúpula divina
cien bombas lanza, cual volcán revienta
con espanto la mina.
Allá en extenso campo,
donde su afán al labrador contenta
la rica mies, brilló funesto lampo;
y en rastrera espiral ved la ceniza
del gemir de los vientos llevadiza.


XX.       Al yunque van las Horas
del reloj de la muerte, un año y cinco,
más espadas forjando cortadoras
sus golpes con ahínco.
Y al son de la cadena
el cautivo esas negras tristes horas,
si á dura injusta cárcel le condena
la ley de ajenas culpas, suspirando,
y eslabón á eslabón va repasando...


XXI.       Perdona si contemplo,
sacro Numen, tus páginas medroso;
y del Dios de bondad camino al templo,
mi cítara en reposo.
Perdón, si en holocausto
que borre tus estímulos y ejemplo,
dando al olvido aquel empeño infausto,
vierto aromas de paz, y humilde cirio
pongo en sus gradas y odoroso lirio.


XXII.       ¡Callad!... Oigo el lamento
de la Virgen dulcísima, que invoca
el nombre de Jesús. Plácido viento
sus cabellos destoca:
son rayos con que brilla
más hermosa la luz del firmamento.
Solloza; y al rodar de su mejilla
las lágrimas de amor, parece al vellas
cubrir el manto azul lluvia de estrellas.


XXIII.       Abrieron los Querubes
al mandato de Dios el denso velo
del arco del zénit; y en áureas nubes
remontando su vuelo
Ángeles á millares,
diéronle adoración. También tú subes,
al anuncio de trompas militares,
fuerte adalid, patrón compostelano,
santo Apóstol, terror del mauritano.


XXIV.       Ráfaga de alegría
penetró de los ámbitos al centro,
dilatada en raudales de armonía.
Gabriel sale al encuentro,
la sien jamás desnuda
de las rosas de Mayo: «¡Ave, María!»
repite, y en tal gozo la saluda
el coro de los cielos soberanos:
Querubines, Arcángeles, Ancianos.


XXV.       La frente desarruga
la veneranda Majestad que el trueno
fulminó en Sinaí, por quien subyuga
Miguel con brazo lleno
de inmenso poderío,
el Cóncavo fatal. Su rostro enjuga
la Madre del amante Jesús mío;
y en oración prorrumpe aquella boca
de cuyo hechizo es toda imagen poca.


XXVI.       Los dulces Serafines
de lánguido mirar; los que á la guerra
del Báratro avezados, los confines
alumbran de la tierra
al fulminar la espada;
cuanto angélico ser los altos fines
cumple de Dios, la oyó, la faz velada
con ambas manos de ansiedad y en tierno
temor de la repulsa del Eterno.


XXVII.       Y Ella los castos ojos
humilde baja y abogar procura,
melancólicamente los enojos
venciendo con dulzura.
De súbito la Gloria
presiente su poder; rompe en arrojos
de alabanza, y en himnos de victoria,
retumbando en las bóvedas un grito
contra las armas del dragón maldito.


XXVIII.       Oh, de lucientes alas,
Arcángel Rafael, que en ligereza
y en fulgor al relámpago te igualas:
¿qué intima tu realeza
á nuestro Yago insigne?
«Deja (profiere) tus campantes galas;
«y á donde el soplo del Señor designe,
«calzada la sandalia y del ñudoso
«bordón asido, parte presuroso.»


XXIX.       La Cándida paloma
de la Alianza viene al peregrino;
guíale sesgo al punto donde toma
su nombre un gran camino;
y al hora en que la estrella,
del sol querida, en el Pirene asoma,
con la oliva en la boca en pos de aquella
y del Deva buscando las espumas,
bate ligera sus nevadas plumas.


XXX.       Llévame en tu compaña,
romero, de tu gloria á ser testigo:
domar un pecho fuerte es grande hazaña;
mayor volverle amigo.
¿Por qué de estas regiones
la voz cundió rebelde á toda España,
si eran gozo sus ínclitos blasones,
y han el mismo estandarte, el mismo templo,
ellas, de libertad tan alto ejemplo!...


XXXI.       «La dádiva que el mundo,
«feliz (exclama) unió al benigno cielo,
«en odio inaplacable, furibundo,
«trocó el hispano suelo;
«ciego á la luz del día,
«sordo al eco del labio moribundo
«de Dios, que para ahogar la tiranía
«redimiendo los míseros esclavos,
«dió el frágil cuerpo á los agudos clavos.»


XXXII.       «Su sangre por la vuestra:
«y al pequeñuelo, al pobre, al desvalido,
«al humilde enseñó su amante diestra
«á esperarle en su egido (sic);
«las victoriosas palmas
«del martirio á vibrar, y no en palestra
«de loco orgullo á escandecer (sic) las almas,
«ni arrancar la verdad del pensamiento
«bajo las corvas uñas del tormento.»






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