sábado, 7 de febrero de 2015

AÑO 1833. PRIMER CASAMIENTO DE FERNANDO MUÑOZ, SEGUNDO DE MARÍA CRISTINA DE BORBÓN

El rumor de la boda secreta de la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, viuda de Fernando VII, y el taranconero guardia de Corps, Fernando Muñoz Sánchez, que circuló siempre en boca de todos, fue dado a conocer públicamente siete años más tarde del suceso, a través de la prensa. Era un secreto a voces, que nadie se atrevió a publicitar hasta el otoño del año 1840. Este hecho y otras circunstancias conllevó la abdicación de la regencia de la reina en Valencia, el 12 de octubre de 1840, en pro del Duque de la Victoria, el General Espartero (que será nombrado Regente el 18 de mayo del año siguiente), así como propiciará su primera salida a Francia:

"En el actual estado de la nación y el delicado en que mi salud se encuentra me han hecho decidir a renunciar la Regencia del reino, que durante la menor edad de mi excelsa hija doña Isabel II me fue conferida por las Cortes Constituyentes de la Nación, reunidas en 1836, a pesar de que mis Consejeros con la honradez y patriotismo que les distingue me han rogado encarecidamente continuara en ella, cuando menos hasta la reunión de las próximas Cortes, por creerlo así conveniente al país y a la causa pública; pero no pudiendo acceder a algunas de las exigencias de los pueblos, que mis Consejeros mismos creen deben ser consultadas para calmar los ánimos y terminar la actual situación, me es absolutamente imposible continuar desempeñándola, y creo obrar como exige el interés de la nación, renunciando a ella. Espero que las Cortes nombrarán personas para tan alto y elevado encargo que contribuyan a hacer tan feliz esta nación como merece por sus virtudes. A las mismas dejo encomendadas mis augustas Hijas, y los ministros que deben, conforme al espíritu de la Constitución, gobernar el reino hasta que se reúnan, me tienen dadas sobradas pruebas de lealtad para no confiarles con el mayor gusto depósito tan sagrado."


La noticia de la boda se publicó, a través de un libelo, en numerosos periódicos, como vemos en El Labriego, número 53, de 10 de octubre de 1.840, pág. 439 y ss., o en el "Eco del Comercio", de 11 de octubre de 1840, núm. 2366, pp. 3 y 4. Pronto, además, se publicará suelto, como vemos en esta nota de propaganda de la imagen de la derecha, de "El Constitucional", de 22 de octubre de 1840, núm. 554, pág. 4.

La comunicación, en sí, señalaba que:

aparece un escrito asegurando que la Reína no es ya 'viuda'; que ha contraído nuevos esponsables (sic), y que de ellos se han originado una nueva familia, y por consiguiente, nuevos intereses, nuevas miras, y nuevos vínculos. La primer noticia que tuvimos de esté documento, si así se puede apellidar un papel anónimo, nos la dio el 'Correo Nacional' del jueves, en una nota en que manifestaba no haberse impreso en sus oficinas. El viernes le recibimos nosotros sin foja ni cubierta, y del mismo modo parece que se ha enviado á otras personas. Su lectora nos ha sugerido varias reflexiones, que al juicio del público sometemos.

Condenamos, ante todo, de la manera mas absoluta, el tono irreverente que para hablar de la augusta Reina Gobernadora se emplea. Supongamos que con efecto resolvió dar su mano á quien supo merecer un lugar en su corazón. ¿Hay acaso en esto algún crimen moral, algo que rebaje á la muger, ó la envilezca, desnivelándola de la estimacion en que tenemos á las mugeres? [sic]

Bien sabemos qne se nos contestará, que no se acriminan las nupcias de la reina, ni se maldice de su tálamo; sino que se la culpa por conservar la regencia cuando las leyes no se lo permitian. Y que ¿nada ha de concederse, absolutamente nada, á los sentimientos de una madre que no quiere abandonar los hijos del primer matrimonio? ¿No será siempre para la regente un día de amargura aquel en qué dé el último beso a nuestra reina Isabel? ¿O se pretende, acaso, que de corazón y de afectos carecen los monarcas, y que el orgullo, la avaricia y la sensualidad, son los resortes únicos de sus almas?

No menos censuramos la ligereza con que en este opúsculo se habla de otras personas atribuyéndoles vicios, que verdaderos ó falsos, deberian cubrirse un poco por equidad ó por benevolencia. Para nosotros no hay crimen alguno fuera del que declaran los tribunales, y las imputaciones tienen en nuestro juicio poquísimo peso, cuando se arrebatan al acusado los medios de la defensa. Esta reflexion nos sugiere Un nuevo motivo de hostilidad hacia el folleto de que hablamos.Circulando como está, profusa aunque clandestinamente, se derrama en el pueblo la vehemencia de la acusación, mientras que los interesados ignoran tal vez que son objeto de ella. ¿No es, pues un deber de justicia, reproducir esa voz que á tantas gentes toca, para que acepten ó para que repudien los conceptos que propaga?

Un hecho pugnan por establecer los autores del folleto; hecho gravísimo y de la mayor trascendencia; es á saber, el enlace de la reina Cristina con un tal de Muñoz. Si semejante acontecimiento es falso, ¿por qué la Reina, por qué sus amigos no han de poderle desmentir? Y para desmentirle ¿no es preciso conocerle en toda su estensión [sic]? Pero si el casamiento es verdadero ¿por qué la nacion, con arregló á las leyes no ha de modificar la regencia?¿Se ha presentado acaso desde la famosa cuestion del testamento, ninguna otra que más interese á la causa pública que la del nuevo enlace?

Convencidos nosotros de esta verdad, y del beneficio que ha de redundar á la causa comun de que solemnemente se debata en la prensa y en la tribuna, lo que en particular se refiere, hasta por las plazas y por las calles, y sin la menor reserva, damos lugar en nuestras columnas á la acusacion, suprimiendo solo algunas palabras que poco decorosas nos parecen.

Otro hecho queremos señalar antes de concluir este breve exordio. Sea verdadero, sea falso el suceso á que el dicho opúsculo se refiere, los circunstaciados y hasta prolijos pormenores de que abunda deben haberse estendido [sic] por persona intimamente relacionada con S. M. é instruida en los mas recónditos arcanos del palacio. Para las demás semejante conocimiento seria imposible. ¿Dónde están pues la moralidad y la lealtad, el pundonor de los palaciego? ¿Qué gentes son esas, que primero apadrinan, y después venden, los secretos de sus bienhechores? ¡Cuan legítima no es la revolución que á derrocar su poder se dirige!

Y a continuación transcribían el opúsculo denominado "Casamiento de María Cristina con don Fernando Muñoz", que reproducimos íntegramente:
CASAMIENTO DE MARIA CRISTINA CON DON FERNANDO MUÑOZ.

A los dos meses de la muerte del rey Fernando VII, se vieron señales de que la reina Cristina no amaba ya la viudez. Su confidenta y la modista doña Teresa Valcárcel trataba amorosamente con el guardia de corps D. Nicolás Franco. Muñoz, compañero y amigo de Franco, vino con éste varias veces á palacio, donde le vió la reina y se prendó de él. Este jóven, hijo de D. Juan, estanquero de la villa de Tarancon y de la tia Eusebia, su esposa, habia estado en lista para ser espulsado [sic] del cuerpo por sospechoso de carlino en el espurgo [sic] de 1832; pero debió el permanecer á que se hallaba ausente entonces, usando de licencia en su pueblo.

No atreviéndose Cristina á declararle bruscamente su pasion, dispuso al efecto un viaje romántico y singular. Aprovechando la semana en que Muñoz servia de garzon en palacio, se empeñó en ir a la hacienda de Quitapesares, cerca de S. Ildefonso. El 17 de diciembre de 1833 en medio del temporal mas crudo emprendió el viaje de madrugada; pero hubo que volverse desde lo alto del puerto, porque se destrozó el coche, con riesgo de los que iban dentro, tropezando con unas carretas de madera, y porque los ventisqueros de nieve y el hielo tenian el camino intransitable. No desistió por eso la reina. Mandó que aquella tarde y noche los vecinos de los pueblos inmediatos abriesen paso en el puerto, y al dia siguiente 18 se la vió salir de palacio, con admiracion de cuantos conociamos el terreno y presenciábamos el rigor de la estacion.

Ni dama, ni mujer alguna iba en su compañía, lo que causó estrañeza en la servidumbre, si bien era de agradecer el olvido para las que estaban de turno. Ocupaban el coche S. M., el ayudante jeneral [sic] de guardias D. Francisco Arteaga y Palafox, el jentil- hombre [sic] Carbonell y el garzon D. Fernando Muñoz: este último se colocó en el asiento frontero de la reina.

Llegados á Quitapesares, salió Cristina á pasear por los jardines con Arteaga y Muñoz; pero á breve rato finjió [sic] necesitar un recado de la quinta, y envió por él al ayudante Arteaga, quedándose sola con Muñoz en aquel sitio. Este debió ser el momento de la declaracion amorosa por lo que despues vimos.

En el mismo dia volvieron á Madrid, y apenas entró S. M. en su cámara, se conoció por todos el favor del guardia Muñoz, que no tardó en trascender fuera de palacio. Nombróle jentil-hombre [sic] de lo interior, destino creado por el rey difunto, y que parecia no ser aplicable á una señora, para cuyo servicio privado habia damas, dueñas y mozas.

Inmediatamente tubo [sic] el valido lujosa berlina, tren brillante y casa magníficamente a mueblada de órden de la reina: á pocos dias lucia Muñoz en su pechera los alfileres y joyas de Fernando VII. Diósele cuarto en palacio, comia con la reina, la acompañaba de contínuo, iban solos en coche á todas partes, y hasta se presentaron como dos iguales á revistar la guardia nacional en el paseo del Prado. Esto hizo crecer el escándalo que ya se notaba, pues hasta en los periódicos se hicieron alusiones embozadas. El títulado 'LA CRÓNICA' del 4 de febrero de 1834, á los cuarenta y ocho dias de amores réjios [sic], se deslizó á poner este párrafo: «Ayer se presentó S. M. la reina gobernadora en char-avant, carruaje abierto, cuyos caballos, dirijia [sic] uno de sus criados, y en el asiento del respaldo iba el capitan de guardias, duque de Alagon.» Esta relacion se leyó con avidez por los palaciegos, y picó en el alma á los interesados, porque el uno de sus criados era Muñoz, que acaso se ofendió mas que de la escitacion [sic], de que le llamasen siervo de su compañera.

Pidió la reina venganza de este desacato, y contando con un ministro servidor humilde y rastrero, como Martinez de la Rosa, y con un jefe de policia como Latre, satisfizo sin dificultad su encono. El periódico fué despóticamente suprimido, su editor D. Pedro Jimenez de Haro fué desterrado, é igual arbitrariedad se cometió con el redactor D. Anjel [sic] Iznardi.

El amor de Cristina a su nuevo querido, fue tan vehemente como cristiano. A pocos dias de trato íntimo le significó su deseo de desposarse con él. Muñoz creia un sueño lo que oia; pero al ver que era formalidad y que la fortuna se le metia en casa, pensó en los medios de realizarlo.

Todas sus relaciones en la corte se reducian al marqués de Herrera, al escribiente del consulado D. Miguel Lopez de Acebedo y al clérigo don Marcos Aniano Gonzalez, su paisano, que estaba accidentalmente en Madrid, recien ordenado de misa, y postrado en una cama en la callejuela de Ita. Dirijióse [sic] á este último Muñoz ofreciéndole una capellanía de honor si hallaba medio de casarles y de confesar á la reina, que no tenia confianza en los de la real capilla. Tentóse el medio de pedir licencias al patriarca, el cual noticioso de la vida relajada del jóven clérigo, y sospechando el misterio por las personas que mediaban, se negó rotundamente. El obispo de Cuenca á quien se pidieron despues como diocesano del Gonzalez, se negó del mismo modo; pero antes de que viniese su repulsa urjía [sic] tanto el caso que se dirijieron [sic] al Nuncio de S.S. el cardenal Tiberi. Resistióse al principio pretestando con socarronería italiana que era muy jóven el demandante, mas repetida la instancia con esquela autógrafa de la real novia, se concedió la licencia para una sola vez. Estas dilijencias [sic] se practicaron del 25 al 27 de diciembre.

El dia 28 á las siete de la mañana, es decir, á los diez dias de trato, se verificó el matrimonio morganamico entre doña Maria Cristina Borbon de Borbon y D. Fernando Muñoz, siendo ministro del sacramento, el presbítero D. Marcos Aniano Gonzalez, y testigos el marqués de Herrera y don Miguel Lopez de Acebedo, y haciendo de asistente el presbítero D. Acisclo Ballesteros. Tubieron [sic] conocimiento de este enlace la Teresita Valcarcel y la moza de retrete llamada Antonia.

No tardó Muñoz en recelar de los que estaban en sus secretos , y procuró alejar á los que le estorbaban. La Valcarcel fue llevada á Bayona por un escribano que diera fé de su entrega, su cortejo D. Nicolás Franco, elevado á teniente coronel , fué destinado a la tenencia de rey de Jaca, y al jentil-hombre [sic] Carbonell, se le hizo marchar a Andulucía.

Cristina que solo pensaba gozar á sus anchuras de su nuevo esposo, conocido en ciertos círculos palaciegos por FERNANDO VIII, preferia la soledad de los sitios reales. El 15 de marzo de 1834 se fue á Aranjuez, de donde vino á Carabanchel el 11 de junio con motivo de haberse manifestado el cólera en la Carolina, y el 28 del mismo mes pasó repentinamente á la Granja porque el cólera se hallaba en Mora.

Desde S. Ildefonso vino á abrir las cortes en 24 de julio, y ya conocieron muchos su estraña [sic] obesidad, no obstante las fajas que sabíamos llevaba por disimulo. El mismo dia volvió á dormir al palacio de Riofrio, donde hizo cuarentena hasta el 16 que regresó á la Granja, donde estaban sus hijas. La súbita noticia de casos de cólera en Segovia la hizo marchar á escape el 29 de agosto, al real sitio del Pardo, donde se acordonó y encerró, aprovechando el rigor sanitario para no ser vista en los meses mayores.

El 16 de noviembre de 1834 (a los once meses justos de conocer á Muñoz) entre once y doce de la noche dió á luz una Gertrudis magna, Victoria, asistida de la tia Eusebia su suegra, con tal felicidad; que á los nueve dias (el 26) ya pasó revista en el paseo de la Florida al 2º escuadron de guardias que salia al ejército del Norte á pelear por su hija lejítima [sic] y conocida.

En la misma noche del alumbramiento sacaron á la recien nacida en un coche cerrado por la puerta que dá frente á las Rozas, el administrador del sitio D. Luis, y el médico-cirujano D. Juan Castelló y Roca; y la entregaron cerca de Madrid á la señora Castanedo, viuda del administrador que fué de la Granja, Villamil. Esta señora se fijó el verano siguiente en Segovia con la niña y una ama de cria, para estar cerca de los padres, entonces de jornada. Tambien entendieron en estos clandestinos negocios, el italiano D. Domingo Ronchi y su paisana doña Ana.

Al año siguiente se repitieron las jornadas y las escenas. El 4 de mayo de 1835 fue la corte á Aranjuez, de donde vino la Reina á cerrar las cortes el 29 , volviéndose en el mismo dia. El 8 de julio regresó á Madrid, y á los tres dias se trasladó á la Granja, con ánimo de vivir aislada y mas cautelosa que la vez primera. Por eso el 17 del mismo julio salió una real orden del mayordomo mayor marqués de Valverde, suprimiendo los besamanos jenerales [sic], en obsequio, se decia, de los obligados á concurrir á ellos. En palacio se comprendió bien lo que esto significaba en el estado de preñez que sabíamos estaba S. M.

Desde la Granja salian todas las tardes Cristina y Muñoz para la quinta de Quitapesares; y desde Segovia venia al mismo punto la aya Castanedo con la niña y el ama en un buen coche; y alli besaban los esposos las delicias de su union, en el paraje mismo en que se dijeron dos años antes su atrevido pensamiento. Esta cuotidiana entre vista, el boato de la encargada de la niña Victoria, los salvaguardias que salian de la ciudad á esplorar [sic] el camino antes de salir el coche de Segovia, y otros mil incidentes mal disimulados hicieron tan pública la pertenencia de la infantilla, que hasta los chicos segovianos la llamaban al pasar 'la hija de la Reina'.

El 14 de agosto asistió Cristina á un gran consejo de ministros y magnates que celebró Toreno en Madrid sobre el pronunciamiento de las provincias; sacrificio costoso para la Reina por lo adelantado que se hallaba su segundo enmbarazo. A 12 de setiembre volvió a encerrarse en el Pardo, á pretesto de que el cura rebelde Merino se acercaba á Sória, y se propuso una inconmunicacion mas estrecha que el año precedente. Ni los jentiles-hom bres [sic], ni las damas llegaron á verla en mucho tiempo, y hasta se negó á los infantes mas de una vez, cosa que irritó sobre manera á su picada hermana.

En este otoño fue varon el que Cristina dió á luz, y á poco de robustecido se le condujo con su hermanita á París; comision en que entendieron su abuelo D. Juan Muñoz y el cura D. Juan Gonzalez Caboreluz, tio del confesor, que por favor del sobrino era oficial de la real biblioteca y a hora es director de la reina Isabel II. Hízose el viaje en enero de 1856, pretestándolo con una comision de libros, que dió la biblioteca à Caboreluz. Una casa de comercio de Aranjuez, bien conocida, ha corrido con los gastos de las niñas de la Reina en el estranjero [sic].

Cuando las ocurrencias de la Granja, en agosto de 1856, se notó descontento contra Muñoz y la camarilla, y aun se oyeron algunos mueras. Ocultáronse los mas señalados, y el esposo Fernando fué sacado ocultamente por las minas de las fuentes el dia 13, por el llavero de aquel sitio Dionisio Arias, y conducido á Madrid donde se escondió. Desde entonces no se le ha vuelto á ver en público con la Reina, y aun en palacio se ha reducido á la oscuridad en el departamento que conocemos con el nombre de JAULA DE MUÑOZ.

A media dos de abril de 1838 tubo [sic] Cristina un aborto ó mal parto de una niña; despues han crecido las precauciones y los medios de ocultar y nada sabemos con certeza.

Trato tan constante en que han mediado embarazos, alumbramientos y no pocas personas, no podia ser muy secreto; y los ministros no debian ignorarlo. Aunque la adulacion y timidez selló mil veces sus labios, hubo dos ocasiones en que los consejeros de la reina se resolvieron hablarla de estas materias. El año de 1834 se reunió el gabinete con este motivo y asunto de tanta gravedad para la suerte del pais y para la reina Isabel, se trató con la chunga y broma que pudiera tratarse entre cadetes. Disputando quien seria el ministro que hablase á S. M. huia cada cual del compromiso por no disgustar á la señora. Martinez de la Rosa pretendia corresponder el papel á Zarco del Valle, que como militar galante sabría insinuarse sin ofender en materia tan achacosa. Zarco se negaba suponiendo mas propia para el caso la austeridad jesuítica de Garelly; y el ministro de gracia y justicia, suponiéndose nulo para tratar de amores encarecia la destreza de un poeta romántico para tan delicada comision. Garelly y Zarco del Valle que sucesivamente hicieron alguna indicacion á Cristina, pronto fueron espelidos [sic] de las poltronas. Sus sucesores han callado en asunto tan trascendental, haciendo traicion á su reina Isabel y á su pátria.

El matrimonio de Cristina con Muñoz ha traido á España males de una gravedad que hoy no se puede todavia medir. Una sensualidad estragada y de baja ralea ha inficionado los salones de palacio: una familia sin educacion, ni saber se ha apoderado de la voluntad de la reina: y la camarilla ha dejenerado [sic] hasta lo mas vil y estúpido de la sociedad. La inocente Isabel no sabe ni tiene mas maestro á la edad de diez años que de leer y escribir, y con el trato y aprendizaje de los Muñozes habrá de casarse de aqui dos años. Una infeliz estanquera, una hija criada detras del mostrador, y otros parientes de iguales circunstancias, ¿son lados á propósito para formar una reina de España?

La camarilla interior de Cristina la componen estos elementos: los padres de Muñoz; su hija Alejandra camarista, D. José Muñoz, contador del patrimonio; D. Marcos Aniano Gonzalez, confesor de S. M., capellan de honor, administrador del Buen-Suceso, prebendado de Lérida y dean de la Habana; D. Juan Gonzalez Caboreluz, afrancesado, ayo de la reina Isabel, D. Serafin Valero hijo del dómine de Tarancon, administrador de Vista-Alegre; D. Miguel Lopez de Acevedo, director de la casa de la moneda; D. Atanasio Garcia del Castillo, afrancesado, administrador que ha sido de la casa de campo, del alcazar de Sevilla, Etc.; el ex jesuita Muñoz y otros de este jaez [sic]. Una reina que en esta sociedad vive, que de tales jentes [sic] hace caso, y que con ellas juega y comparte el patrimonio de su hija reina, ¿puede convenir al trono y al Estado?

La codicia, que se ha asociado á este jénero [sic] de vida , es espantosa. Estraciones [sic] de alhajas, cuadros y preciosidades; venta de cuanto habia en los palacios reducible á dinero, negociaciones escandalosas á nombre del tesorero Gaviria; venalidad y corrupcion para recibir gruesas sumas de los ministros y de los contratistas todo lo hemos palpado. El negocio de los azogues que tanta indignacion ha producido contra Toreno, no valió menos á Cristina que al conde: por eso no se apurará jamás la verdad en este puerco asunto.

El español que sea digno de este título vea si es posible que una rejencia [sic] asi prostituida, sea útil ni tolerable siquiera para nuestra reina doña Isabel II ni para la nacion que se ha sacrificado por asegurarle el trono. Aquella acabará de perder su patrimonio y los bienes de la corona, que servirán á sus desconocidos co-hermanos y á una camarilla rapaz. Nosotros robados y desmoralizados sufrirémos mayores daños y tiranías y abandonada la educacion de la reina niña tendremos que llorar otro medio siglo de desgracias.

Pero no: que evidenciado el casamiento de la viuda de Fernando VII, su incapacidad legal para ser tutora y rejenta [sic], está á la vista del mundo entero. Nuestras leyes han previsto estos casos; no consienten que guardadores que dilapidan el patrimonio del menor mantengan la tutela, ni que la madre que se casa segunda vez tenga en guarda los hijos del primer matrimonio.

Otra versión de los hechos podremos leerla seis años más tarde, en Galería militar contemporánea. Colección de biografías y retratos de los generales que más celebridad han conseguido en los ejércitos liberal y carlista, durante la última guerra civil. Tomo I. Madrid, Soc. Tipográfica de Hortelano y Compañía, 1.846, pp. 81-82:

«Por este tiempo pensó CRISTINA en contraer su segundo enlace. Amaba con pasión á un joven guardia de corps llamado D. Fernando Muñoz, pero la diferencia de esferas y de categorías era un obstáculo algo difícil de vencer; más la Reina resuelta á tomar la iniciativa en tan delicado asunto dispuso un viage [sic] al intento al real sitio de Quitapesares, posesión deliciosa ocho leguas distante de la capital. El 17 de diciembre de 1.833 fué el día en que Cristina se decidió á emprender su viage [sic]. El temporal era crudo é intenso; la temperatura muy elevada, las nieves y hielos habían puesto casi impracticable el camino; pero nada de esto bastó á arredrar á la Reina; propúsose desafiar los desencadenados elementos y partió en la madrugada del 17. La causa de este tenaz arrojo consistía en que el garzon D Fernando Muñoz se hallaba aquella semana de servicio y no quería Cristina desaprovechar ocasión tan favorable. Constituían la comitiva de esta señora en tan atrevida espedición [sic] el ayudante general de guardias Palafox, el gentil-hombre Carbonell, y el garzón D Fernando Muñoz. Las nieves profusamente acumuladas en el puerto de Guadarrama obstruían el camino y dificultaban el tránsito, pero la Reina con un valor ejemplar, superior al de su sexo y del que hasta entonces no había dado prueba alguna ostensible mandó avanzar. Acatáronse sin demora sus órdenes, mas á no ser por el choque del regio carruage [sic] con unas carretas de madera interpuestas en el camino, se habría aquel derrumbado con grave riesgo de la regente y de los que la acompañaban. Este peligro obligó á la ilustre viagera [sic] á suspender su marcha; sin embargo, no desistió; mandó poner espedito [sic] el camino en la tarde y noche del 17 y el 18 atravesando el puerto llegó á Quitapesares.

En la quinta ya la fué [sic] fácil á CRISTINA dar cumplida cima á proyectos. Aquí la viuda de Fernando dispuso hábilmente un paseo aprovechándose de la ausencia motivada del ayudante Arteaga, tuvo con Muñoz una conferencia amorosa. Desde entonces cambió la fortuna del venturoso Muñoz, prodigáronsele títulos, honores y riquezas, y á la investidura y carácter de gentil-hombre, agregó el y ostentación que parecía reclamar su nuevo rango. No subsistieron sin embargo estas relaciones amorosas con mengua de la moral privada: severa CRISTINA con sus propios sentimientos en esta parte, quiso la religión viniera á sancionarles, y á las siete de la mañana del 28 de diciembre de 1833 se verificó el matrimonio morganático la Reina viuda de las Españas y el gentil-hombre D Fernando Muñoz. Ya veremos como más adelante sirvió este vínculo de baluarte á un partido para atacar á la regente, pero en el hervor de una pasión tan grande y dominante no se calculan los resultados ni se mide el porvenir».


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